Agua fría y deuda eterna
Amelia tiene cerca de 50 años y vive sola, su esposo murió en Angola y desde entonces recibe una miseria de pensión a través de la Asociación de Combatientes. Como no trabaja para el Estado y, sin embargo, aún está en edad laboral, varias veces han tratado de retirarle los escasos 200 pesos que recibe en calidad de “ayuda económica”.
Desde que cambió su refrigerador, la vida se le ha complicado: tiene agua fría, pero una deuda con el Estado de 2000 pesos, una treintena de pagos mensuales más los recargos por atraso que no ha podido liquidar. Desde hace algunos meses recibe semanalmente a un “inspector” en su casa, que la informa de lo re-mal que va su caso. Todo empezó con una multa, que sobrepasaba su propia deuda impagable. Como no funcionó, vino el chantaje de quitarle el refrigerador y por último una amenaza de juicio.
Amelia sabe que no podrá reunir esa suma, y su inspector, devenido confidente a fuerza de verle la cara, le confesó que él tampoco había podido cumplir con su compromiso de pago.
En un extraño “Año de la Revolución Energética”, epíteto que se escribió debajo de la fecha en cada documento oficial y en las pizarras de las escuelas, Fidel Castro decidió renovar los equipos electrodomésticos de nuestras casas. La energía nunca llegó, pero nuestros bombillos, ventiladores y refrigeradores fueron cambiados al trueque por unos nuevos, compromiso de pago a plazos mediante.
Algunos años después, un por ciento bien alto de cubanos debe miles de pesos al Estado, reuniones del PCC exigen a los militantes a “velar por el cumplimiento de los compromisos en sus núcleos y en sus barrios” y de paso también “a saldar sus propias deudas para dar el ejemplo”. Pero, después de 50 años -se sea militante del Partido o no-, el común denominador del cubano medio es la insolvencia, y esta quiebra de la economía familiar es el resultado de la mala administración del gobierno, que ahora exige que paguemos lo que nunca hemos ganado.
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