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Me reservo el derecho de publicar noticias ficticias -debidamente señaladas NF- cuando la realidad me aburra, alternando con mis entradas de opinión.

sábado, 24 de julio de 2010

Misteriosos recuerdos indelebles. Tania Gómez Marrero

La gorda del Versailles.
El escenario era séptimo grado de la Escuela Normal, cuyo nombre oficial del santoral comuñanga no recuerdo, pero sí que quedaba Infanta arrriba, camino del Cerro. Según mis padres la nueva alegría en mi cara venía de coger solo la guagua*. Qué poco sabían que yo me escapa con mi amigo Lazarito en la 9 hasta la Concha, y que cogía la 65 por el gusto de pasar por el túnel misterioso bajo el mar, con esa brisa marina que surgía aliviando las peste agrajo conjuradas con leche de magnesia y bicarbonato ya a mitad del trayecto temerario -¿ y si se hundía?- y repentinamente oscuro, apenas iluminado por focos redondos blanquiverdes.
Yo era un flaco pecoso pelirrojo padecedor de mil nombretes, el más fino batido de trigo, objeto de burla además debido a los televisores que tenía por parche en cada rodilla , canal 6 y canal 2, los que había entonces, de emisiones grises como mis pantalones. Mi madre no era mujer a obligarme a cambiarme de ropa al llegar del colegio, ni tenía mi padre bastantes cintazos para doblegar mi terquedad de jugar de rodillas en el suelo de mi casa, que según yo no dañaba la tela, contradiciendo la evidencia.
 A Tania me la asignaron como compañera del dúo de monitores de Historia propuesto por el alumnado en democrática votación a mano alzada, con el doble voto válido de Pescús, pariente del maestro Arboleya de Matemática. Pescús era un apócope sui generis de peste a culo, la s para disimular, creación mia que cuajó , picó y se extendió más allá del aula, con logotipo y todo. Pescús lo mismo me echaba encima como torturadora personal y esbirra a la mulatona bigotuda Tania, cuya saya plisada tapaba piadosamente sus muslos cuadrados, que me prestaba su visor estereoscópico de fotos color sepia de alemanas desnudas. Los aires de guerra soplaban en un orden previsible. De mi retención de su visor porno dependían tanto el alivio de mis afanes febriles, tanto la desesperación de los suyos. Cada incumplida promesa mía de devolución hacía que la gorda café con leche me cayera jodiéndome con los televisores y el batido de trigo. Entonces yo, como no pensaba devolver el estereoscopio tan pronto y ahora menos que nunca llenaba de logotipos de Pescús aulas y paredes . Un número tres con las nalgas hacia abajo de las que cuales emanaban unos rayitos como efluvios bastaban para defenderme de aquel cabrón,  que además, se había chivateado a Tania el día que me le aproximé sospechosamente con un espejito pegado en mi zapato cerca de su falda.

Tania tenía la bemba y el cráneo en forma de corazón , sus pasas estiradas con raya al medio formaban las curvas.

Cuando la vi comiendo en Miami la reconocí con nombre y todo. Flash. Misterios de la mente humana. Seguía siendo gorda, pero a la cara de antaño le habían hecho un copiar y pegar. Ella, una dama comiendo en el restaurante, yo un fregaplatos enviado al otro lado de la calle desde La Carreta por una olla prestada. Sucio mi delantal, entré por el salón que creí desértico en vez de por la cocina. Un camarero me detuvo con un gesto de la mano:- si te ve Felipe*2 te bota. -Felipe es ambia mío -mentí alardeando. Y a comensal que me miraba por la escena le solté: Tania Gómez Marrero, famosa en el mundo entero.
Detuvo el tenedor en el aire y creo recordar que hasta dejó caer un plátano maduro de su boca cardiaca.
Como el camarero ya dejaba la barra encabronado me fui,dejando a la gorda sumida en la mayor de las indigestiones, supongo.


*La 17 o la 18; de esta última había Leylands nuevas, tras re- asignarles esa ruta a algunas 37. Pero la 17 era una Pegaso que rodaba escorada de lado y frenaba demorándose y chirriante: hablo de ver mujeres parar y soltar para taparse los oídos.
*2 Otro gordo, el dueño de esos dos restaurantes mencionados más el Centro Vasco. Con el cinturón del pantalón de Felipe se perimetreaba el cordón de La Habana y aun sobraba para el rasgo de la firma de Fidel.

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