Acabo de oír a Lincoln Diáz-Balart hablando de la famosa carta. Ahora, a toro pasado, ya no es "irrespetable", pero sigue siendo culpable de "desviar la atención sobre lo que está ocurriendo en Cuba". El zoe-quetismo pica y se extiende, o yo soy muy bobo.
Y debo de serlo. Lo mismo que cuando fui a ver El Exorcista, porque la TV decía que la gente se desmayaba, que era un evento mundial. Pero el evento era la TV la que lo hacía. O cuando corrí a comprar el doble disco de Evita, porque el compositor que -a mí me interesaba- "había quemado terreno nuevo rompiendo con el estilo de Jesucristo Superstar, levantando apasionadas críticas". Se llama publicidad. Se llama periodismo* comprado. Todo el mundo sabe, el valor de silenciar o vociferar sus obras, los escritores que han triunfado fuera lo deben saber más que nadie.
Con la C74 ocurrió lo mismo. La carta cómo podría haber desviado- por cierto, dónde y cuándo- la atención sobre lo que ocurre en Cuba, de no ser por la misma polémica que sus detractores generaron. Pero en resumen, el pecado fue que la carta existiese, y no quienes formaron el rollo. Los firmantes apenas tendrán una pálida idea de las barbaridades que se ha dicho de ellos, apenas han replicado; quienes sí replicaron fueron las fuerzas del régimen, usando, como siempre el exilio bocón para difundir el eco. Y gratis. Pero, viva la transferencia de culpa, la culpa fue de la disidencia interna.
Lo único que desviaría esa polémica, no fue la atención de lo que ocurre en Cuba, sino la atención que los blogueros dan a las guerritas mediáticas y cruzadas macarthianas lanzadas desde ciertos ordenadores contra sus objetivos predilectos.
* Definido el periodismo como el arte de informar que Lord Jones ha muerto a gente que no sabía que Lord Jones existía.
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