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Me reservo el derecho de publicar noticias ficticias -debidamente señaladas NF- cuando la realidad me aburra, alternando con mis entradas de opinión.

domingo, 22 de agosto de 2010

Violar la mente, el alma, exponerla juzgada y abierta en canal.

Qué invasión de la privacidad, impensable, apenas made in cuba, donde cobra mayor importancia lo que dijeron que lo que hicieron, para empezar.
Damos por sentado la violación, y apenas nos duele la mala perfomance del violador, su falta de maestría, de cualificaciones para juzgar nuestro interior hecho suyo por fuerza, en nombre de -nunca lo tendre claro - de un dios vere olivo maloliente o de una programación genética para el chisme y la pornografía cognitiva.
En Cuba no hay más secreto profesional que la siguiente movida del dictador en su poltrona.


Leer aquí.
Para completar la jornada, una mujer desconocida −funcionaria de Cultura− se aproximó para preguntarme quién era “realmente” el autor del poema y que le enseñara otros que hubiese escrito… Caí en la trampa, pues pensaba que sus dudas sobre la autoría se debían a mi edad y me ofrecí, orgullosa, a enseñarle los otros textos… Aquella mujer con un look poco “artístico” −nunca olvidaré aquella apreciación: tenía pantalón de láster, nada más incongruente en la “farándula”− me acompañó a casa y hojeó con desprecio mis libretas escolares llenas de poemas, mientras me preguntaba si no tendría algún otro texto que no fuese de mi puño y letra, o si estos los había copiado de alguien.

Al ver los textos marcados con tinta roja y algunos versos rehechos palmeó la libreta con furia y me preguntó quién era el dueño de aquellos subrayados. Ya por entonces pude intuir que algo andaba mal y le dije, con la cara más inocente de mi repertorio, que había sido mi padre, el único que revisaba mis poemas. Me devolvió la libreta y me aconsejó que no me dejara guiar por ciertos escritores del Taller que podrían ser una mala influencia… Nunca más la volví a ver, ni supe exactamente qué era lo que quería, aunque podía sospecharse. Probablemente buscaba (¿o buscaban?) descubrir si habría “alguien” escondido tras mi fachada de niña buena, algún ghost writer que no daba la cara y que ejercía alguna influencia sobre mí. 


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