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viernes, 28 de mayo de 2010

La corrupción en Cuba. Decalogo 2. Delinquir para sobrevivir es obligado.


Manuel tiene dos trabajos: el que el Gobierno le proporciona y otro que se ha buscado él.
Durante el día trabaja como carpintero renovando edificios de antigua elegancia para convertirlos en hoteles y tiendas para el estado, ganando el equivalente a unos $7 al mes. Por la noche, tras entregarle casi la tercera parte de su sueldo al capataz para poderse ir temprano del trabajo, Manuel conduce a turistas hacia restaurantes privados, los “paladares”, o les vende tabacos y ron del mercado negro.
Cada dólar que gana en susurrados acuerdos y soturnas transacciones contribuye a sufragar la comida y otras necesidades que con su sueldo mensual no lograría nunca cubrir. Para el Gobierno es un delincuente, pero él se considera a sí mismo como un sobreviviente –tanto de su idealismo de juventud y los duros tiempos desde la desaparición de la Unión Soviética y su ayuda.
“Cuando yo era joven, íbamos a la Plaza a cantar y gritar consignas por la revolución”, dijo Manuel, de 26 años, que rehusó decir su nombre completo. “Entonces no comprendíamos. Pero ahora nos sentimos engañados. Si tuviéramos trabajos verdaderos y buen salario podríamos vivir como la gente en cualquier otro lugar”.
“En cualquier otro país, trabajando honradamente, yo podría sostener a mi familia”, dijo Manuel. Aquí, simplemente, no puedo”.
Publicado el jueves 31 de mayo de 2001 en El Nuevo Herald.



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