Es una entrada excelente de Mirta Suquet en el blog Los días no volverán.
Instrumentos y zapatillas se recogían hasta la próxima función: hasta que alguna delegación de visitantes extranjeros asomara su cabecita preguntona y otra vez a preparar el show.
De todas aquellas mentiras, la que más me conmovió y repugnó fue el día que el Ministro de Educación de entonces (Luis Ignacio Gómez) visitó el IPVCE con todos los directores de Educación de provincias y de Vocacionales. Estaba en 12 grado y como miembro de la FEEM Provincial formé parte de la comitiva, no ya de recibimiento, sino que me integré a la nómina de los visitantes. Por primera vez hice todo el recorrido por la Vocacional oyendo las mentiras de mis colegas con impertérrita vergüenza: mis amigos se mostraban, enseñaban sus números de circo. Pero lo que sin dudas fue contundente, como un mazazo en medio de la cervical, fue el almuerzo que nos ofrecieron. En un “ranchón” de madera que habían reconstruido rápidamente en la huerta donde trabajábamos (y preciosamente adornado), había mesas de varias decenas de metros a la redonda con varias decenas de alimentos variados. En unas, los arroces; en otra, las chicharritas de plátano, papa y malanga; en otra, las carnes: jutía, conejo, oca, cordero, cerdo; en otra, el pescado (de un cultivo acuífero que jamás de los jamases probamos). El director general explica −antes del “tropelaje” del “sírvase usted mismo”− que todos, absolutamente todos los alimentos que comeríamos, se producían en la finca de la Vocacional y que todos, absolutamente todos, eran disfrutados por los estudiantes (¡aquel día quedaba demostrado que las escuelas podían autoabastecerse!). Y vengan los aplausos, y el orgullo de pertenecer a una escuela Vanguardia, en la que pasaríamos los mejores años de nuestras vidas.
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