Entre los aspectos semióticos asociados a la prepotencia castrista monopolizando los símbolos de la Nación cubana para uso exclusivo de la cúpula dictatorial gobernante en la isla, está la desvergonzada manera como se ha adueñado del sagrado nombre "Cuba", para usarlo como un equivalente a la dictadura, que además de oprimir a su pueblo, destruyó material y moralmente la República.
En el exterior es ‘normal’ la referencia "Cuba" como sinónimo de "gobierno dictatorial cubano". Es común también en la redacción de las agencias de noticias, al referir las arbitrariedades de la dictadura que nos oprime, hablan y escriben "Cuba" como sinónimo de la voluntad de una exigua élite gobernante, que manda y desmanda dentro de la isla como mayorales en una finca privada. Es la resurrección de "San Nicolás del Peladero", pero esta vez como tragedia.
Cuba es el agua cristalina de los manantiales de nuestras sierras. Cuba es el azul incomparable de un cielo impoluto salpicado de algodón satinado como no se encuentra en otras latitudes. Cuba son mogotes redondeados por el candor guajiro. Cuba es llanura, cañas y guarapo. Cuba son hombres y mujeres arrollando tras una conga, o disfrutando de una trova melancólica y aguitarrada, con guayabera, taburete y sombrero de guano.
Cuba es el santo suelo que vio nacer a todos los cubanos, no sólo a la dinastía discriminadora y cruel que pretende repartirse los despojos de la Patria en la hora póstuma que vivimos.
Cuba somos todos: los buenos y los malos, los creyentes y los ateos; los que viven en la isla y los que nunca la han abandonado a pesar de la lejanía. Cuba es el temblor de una lágrima a punto de caer sobre la nieve foránea, el desierto lejano, o la tierra ajena, vertida por un sentimiento que se materializó amando su bandera tricolor y una virgencita morena instalada sobre lo más representativo de nuestros objetos cotidianos: el bote, con un blanco, un negro y un mulato.
Lo que para mí era enseñar a mi nieto a jugar pelota en la tierra del fútbol, ha devenido en epíteto despectivo: "cubanización". ¿Hasta donde ha llegado la desvergüenza dictatorial?
Cuba no es Fidel Castro ni su comunismo en harapos. Cuba no es el gobierno dictatorial que oprime a su pueblo y discrimina a sus hijos. Mucho menos el policía represivo, el racionamiento sin fin o los deseos de irse. Cuba es aquel sentimiento que flota por encima de la condición humana y que se lleva dentro con la dignidad de un Zapata Tamayo atropellado dentro de una cárcel, de una Dama de Blanco sometida al odio desmedido de quien no respeta la familia, la Nación ni la Patria. Cuba es lo mejor del imaginario colectivo en la Habana o en Miami.
Es insoportable tener que escuchar (y leer) la referencia "Cuba" como sinónimo insolente de dictadura, opresión y discriminación. No hay una campaña contra "Cuba"; hay una condena mundial contra la dictadura que la oprime. No hay una plataforma de intelectuales españoles contra "Cuba", sino contra la dictadura que la pisotea. No hay un movimiento de mujeres heroicas contra "Cuba", hay una rebeldía noble contra un dueño de mentira de nuestra isla.
Cuba es mucho más que los hermanos Castro y la política discriminatoria y empobrecedora que alientan en todo el Continente. Cuba es la música de "Buena Vista Social Club" y el andar de las Damas de Blanco; la Trocha de Santiago de Cuba y el coraje de Guillermo Fariñas; la Glorieta de Manzanillo y el sacrificio de la Primavera Negra; Punta Gorda de Cienfuegos y el hundimiento criminal del remolcador "13 de Marzo"; el verde-azul de Varadero y las lágrimas de Reina Tamayo sobre la sagrada tumba de su hijo, mártir de la Patria: "Cuba"